sábado

El mito del lago Quillén

Aún antes que el hombre se incursionara en los cielos y en los mares, aún antes que existiera la maldad o el odio, un pequeño pueblo habitaba las exóticas profundidades del bosque patagónico.
En él vivía una joven llamada Quillén, hija del cacique del lugar. Con su piel trigueña y su perfume a rosa; era suave y delicada como los pétalos de una amapola.

Su padre la había criado bajo un estricto cuidado. Le había enseñado las verdades de la tierra y de la vida. Sobre las ciencias del universo y los terribles peligros del bosque. Sin embargo, Quillén no comprendía el miedo ni el peligro, sólo ansiaba conocer qué había más allá del río, más allá del horizonte.

Una tarde de verano (sin caso de las precauciones de su padre) salió en búsqueda de unos frutos salvajes situados en el corazón del bosque. El viaje debía ser arduo, pero también justificado, porque de los frutos se decía que eran los más dulces de la tierra y que además producía una sensación extraña, como una amalgama de éxtasis y placer.

Caminó y caminó por largas horas, guiándose por el sol, tal como su padre le había enseñado. Aquella caminata fue verdaderamente placentera, se encontró con animales totalmente desconocidos, de todos colores y especies, al igual que la flora. Nunca había visto tanta diversidad confluidas en un solo lugar, consintió a sí misma la promesa de realizar próximos recorridos hacia otros lugares desconocidos.

Tanto caminar perdió el sentido del tiempo y pronto comenzó a oscurecer. Recordó entonces las advertencias de su padre en cuanto al bosque y comenzó a preocuparse.
La noche se cerraba cada vez más así que decidió buscar refugio para esperar el amanecer. De pronto se topó con un ser monstruoso, parecía una mujer con largas uñas de espada y colmillos de serpiente. Su rostro deforme y sus ojos de tamaño gigante. Quillén se sorprendió, sintió algo que jamás había sentido – el miedo –, parecía habérsele paralizado el corazón y todo a su alrededor.

La mujer condujo a Quillén a una cabaña. Cuando entró, ella desapareció. Quillén estaba verdaderamente estremecida, repentinamente escuchó una voz que le preguntó: – ¿Qué haces a estas horas en el bosque?

Quillén contestó temerosa: – Estoy en búsqueda del fruto más dulce de la Tierra.

La mujer calló por unos segundos e irrumpió vociferante: – ¡Tendrás que merecerlo! Deberás demostrar que realmente lo quieres, a cualquier precio. Quiero, antes de la próxima luna llena, un litro de sangre de Lobizón o deberás permanecer aquí por toda la eternidad.

Quillén se sentía confundida, pero aún así partió en busca del lobizón. Así asesinarlo y cumplir con el recado de la mujer.

En el transcurso del camino todo le pareció diferente a la primera vez, ya no sentía placer, sino horror por todo aquello que veía.

Más allá de los arbustos divisó un movimiento, observó detenidamente. ¡Era el lobizón! ¿Qué más quedaba por hacer? Sacó su arco y sus flechas y apuntó con precisión de halcón. La flecha quedó totalmente incrustada en el corazón de la bestia; cuando se acercó para extraer el litro de sangre notó que el ser se había transformado a su estado de hombre. ¡Era su padre!

Al principio tuvo la impresión de que todo alrededor quedaba inmóvil, pero luego cayó en cierto el hecho. Había matado a su padre con un flechazo directo en el corazón.

Se dice que en el lugar se formó un lago producto de las lágrimas que aún lloran la pérdida del cacique.



Fuente: alegsa.com.ar

0 comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario. Gracias!!!