sábado

Destino en el purgatorio

Una incesante y estruendosa tormenta eléctrica se cernía en aquel cielo gris y nublado. Truenos y relámpagos hicieron eco entre las montañas. Aunque prácticamente era de día parecía que estaba anocheciendo.

Mi nombre es Thanatos. Yo me encontraba con mi unicornio negro, concretamente en la plaza de un antiguo anfiteatro al lado del mar. Todas las gradas de aquel anfiteatro estaban ocupadas por mis aliados que iban vestidos igual que yo. Mi vestimenta iba acompañada por una túnica negra y una capucha que me recubría todo mi rostro, pero podía ver a través de una fisura de la tela. Llevaba una espada de cobre, apretándola con mi mano derecha. Estaba a punto de iniciar un duelo contra un adversario que se hacía llamar Prometeo.

Prometeo iba acompañado con un unicornio rojo. Él tenía en sus manos una espada de plata. Su vestimenta era una túnica roja que le recubría su cabeza. Dejaba su rostro al descubierto, mostrando su cara desfigurada por quemaduras que le provocaron la muerte en su anterior vida. La nariz la tenía destrozada, sobresaliendo los orificios óseos. Él estaba condenado por el Tribunal del Purgatorio a enfrentarse contra mí.

Todos mis siervos se alzaron de las gradas para dar paso a mi contrincante. Entró por la puerta principal del anfiteatro a la vez que se sentían los estruendosos truenos y relámpagos mientras que la intranquilidad constante del mar hacía notable el vaivén de las olas. El unicornio rojo de Prometeo a cada paso que marcaba en el suelo hacía empolvar la arena a la vez que mi enemigo miraba con detenimiento a mis aliados en ambos bandos del anfiteatro. Con cara de total seriedad él dirigió su mirada hacia mí. Mi unicornio negro dio unos pasos hacia delante al mismo tiempo que una bandada de cuervos se alzaron sobrevolando el anfiteatro.

Tanto yo como él nos detuvimos a la vez, a unos varios metros. Y yo aproveché para intercambiar una conversación con mi contrincante.

Thanatos: Llegó la hora, Prometeo. - Dije alzando la voz cuando la luz de un relámpago me deslumbró.
Prometeo: Yo tan sólo quiero liberarme de este Purgatorio.
Thanatos: Pues antes tendrás que enfrentarte contra mí. Tu estás aquí para pagar por tus pecados que hiciste en tu vida pasada.
Prometeo: Que el Destino sea quien lo decida.

Al instante se sentía el cielo relampaguear y resonando en todo aquel anfiteatro. Ambos hacíamos presión con las manos en nuestras espadas. Yo ordené a mi unicornio negro que saliera a galopar velozmente contra el adversario. Prometeo hizo lo mismo con su unicornio rojo, al darse cuenta de mis intenciones. Ambos unicornios empezaron a galopar levantando la arena del suelo a cada galopada. A medida de que nos acercábamos el uno hacia el otro, en pocos segundos nos preparábamos nuestras espadas, alzándolas para arriba y así contraatacarnos mútuamente.

Al encontrarnos frente a frente, los unicornios al no frenar se chocaron entre sí. Eso lo que provocó en ambos animales que estuvieron a punto de perder el equilibrio pero supieron estar firmes alzándose entre ellos. A partir de ese momento yo y Prometeo nos enzarcemos en un duelo de espada contra espada. A la vez los unicornios aprovecharon para contraatacarse entre sí, cuerno contra cuerno. En un momento mi espada rozó la cabellera de Prometeo; éste consiguió agachar su cabeza logrando esquivar mi movimiento.

El duelo entre espadas continuó hasta el riesgo de golpear ambas espadas entre sí, haciendo presión la una contra la otra. Yo conseguí rematar el golpe echando afuera a mi contrincante de su unicornio. El golpe fue tan potente que él se cayó al suelo pero deslizándose y arrastrándose en la arena varios metros. Aproveché para atacar al unicornio rojo. El animal se percató de mis intenciones y se alzó para intentar atacarme con sus garras. El mío se abalanzó sobre él para impedírselo y yo le clavé mi espada de cobre en lo más profundo. Luego rápidamente saqué la espada ensangrentada de su tórax. El unicornio rojo rechinaba muy dolorosamente brotando mucha sangre hasta desplomarse muerto contra el suelo.

Mis siervos me alabaron al conseguir derrotar a ese animal. Sus voces se sentían de lo más profundo de ultratumba. Prometeo contempló la escena de esa muerte con expresión de sorpresa. Él cogió su espada de plata y enfurecido se dirigió corriendo hacía mí. Al llegar él frente a frente mi unicornio se elevó para atacarlo y él se dispuso a agacharse y voltearse, pasando por debajo del animal para así incrustarle violentamente la espada contra el tórax. A partir de ese momento mi unicornio rechinaba profundamente del dolor, perdió el equilibrio y se estampó estrepitosamente contra el suelo. Yo comprobé que el animal ya estaba muerto. Me levanté y observé a mi enemigo que se encontraba a unos cuantos metros. Él se mostraba impasible y serio mientras que mis aliados le abucheaban con desprecio.

El fuerte viento empezó a levantar la arena del suelo haciendo remolinos. Aún continuaban sintiéndose relámpagos, pero esa vez estaban más moderados. Nosotros seguíamos estando distanciados a unos metros pero yo me decidí a dar un paso hacia delante para hablarle a Prometeo.

Thanatos: Prosigamos. - Dije alterando mi tono de voz.

Los dos nos dirigimos a toda prisa el uno hacia el otro para enzarzarnos de nuevo en una lucha de espadas, cuerpo a cuerpo. Durante ese duelo yo podía sentir como los golpes de la espada de Prometeo contra la mía eran cada vez más incesantes. Podía percibir como la impotencia agresiva impregnaba el alma de mi adversario. Entonces él golpeó su espada contra la mía con tal fuerza que logró que mi apreciada arma saliera despedida al suelo varios metros.
Prometeo: Arrodíllate. - Me dijo él amenazándome con su espada.

Yo hice caso a lo que me decía y me arrodillé frente a él. Todos mis siervos se levantaron de sus gradas, sorprendidos de mi vulnerabilidad al no tener un arma. Él elevó su espada para decapitarme pero me di cuenta que uno de mis aliados abrió una puerta y repentinamente marchó corriendo hacia las gradas, ya que se sintió un rugido procedente de una bestia. Prometeo se giró para comprobar de dónde procedía ese rugido y cuál fue su sorpresa al ver que entre la puerta se presentaba un león de abundante melena. Él se quedó algo aturdido sin saber como enfrentarse a ese enorme animal. El león mostró su lado más irascible dirigiéndose velozmente hacia Prometeo para abalanzarse sobre él. Ambos, tanto el animal como él, se arrastraron dando simultáneas vueltas en la arena. El animal le hizo varios rasguños y cuando se disponía a devorar a Prometeo, éste le incrustó hábilmente y profundamente la espada en el tórax. Rápidamente él se apartó del animal. El león cayó al suelo, lo que hizo que la espada penetrara más en el profundo cuerpo de la bestia, acabando con su vida.

Prometeo permanecía exhausto tumbado en el suelo. Intentaba ponerse de pie pero parecía que todas sus fuerzas fueron robadas por aquel león que ya descansaba en paz. Yo ya me había levantado después de estar arrodillado y me encaminé lentamente a dónde estaba mi contrincante.

Thanatos: Mírate, Prometeo. Indefenso. - Dije en tono lamentable - Has malgastado todas tus energías contra ese animal. - Hice una pausa para recoger mi espada que estaba distanciada a unos metros. Cuando volví hacia Prometeo, que aún se mostraba exhausto, continué la conversa - Nuestra lucha la doy por concluida. Tienes dos opciones... Ríndete o alíate como siervo mío. Tú decides.

Él, que continuaba tumbado, se giró para verme y responderme.

Prometeo: Yo estoy harto de tanto sufrir. Ya tuve suficiente con el castigo que sufrí en mi pasado. - Dijo con palabras entrecortadas debido a que estaba agotado.

Thanatos: Si, es cierto. Pero aún así te mereciste sufrir por lo que hiciste. Cómo titán que eras, ¿por qué osaste en robar el fuego de los dioses para otorgarlo a los hombres? Podrías haber esperado a que los hombres descubrieran la existencia del fuego por sí mismos. - Dije alterando mi tono de voz a cada palabra - Como castigo fuiste encadenado a una piedra y Zeus me ordenó enviar un cuervo, dónde día tras día te picoteaba el vientre y te devoraba el hígado. Aún así durante la noche el hígado volvía a regenerarse para que al día siguiente volviera el cuervo a devorártelo de nuevo. - Dije fríamente mientras proseguía - De todas formas fuiste liberado. Y dime, ¿por qué decidiste poner fin a tu vida como titán entregándote a un lago de fuego?

Prometeo: Porque realmente perdí toda esperanza en volver a reconciliarme con Zeus. - Decía con ojos lagrimosos, mientras que poco a poco se levantaba del suelo.

Thanatos: Pues lo que conseguiste era acelerar el transcurso de tu vida. Tú creaste tu propia muerte.

Prometeo se acercó lentamente a mí con ojos llorosos. Se detuvo frente a frente. Me miró y me abrazó fuertemente, llorando. Todos mis aliados se alzaron de sus gradas ante el extraño comportamiento de mi adversario.

Prometeo: Aquí me tienes. Deseo salir de este Purgatorio. - Decía, alzando su mirada hacia el cielo gris - Deseo purificar mi alma para así tener otra oportunidad... que me teletransporte a mi pasado.

A partir de ese momento yo le aparté sus brazos de mí porque ya sabía lo que tenía que hacer. Le empuñé mi espada de cobre contra su abdomen. Él hizo un profundo grito de dolor que provocó eco en todo aquel anfiteatro y los cuervos se espantaron. Miró al cielo entre gritos y lágrimas. Luego bajó su mirada hacia su abdomen y comprobó que sentía mucho calor y dolor. Dentro de su alma se veía como si se formara un fuego muy rojizo. Parecía como si se tratara de una combustión espontánea. Le incrusté la espada más profundamente y repentinamente las llamas de fuego en su interior se alteraron. Él gritó profundamente y comenzaron a salir de su propia alma potentes destellos de luz blanca. Yo empecé a quemarme una poca parte de mi túnica y decidí apartar la espada de él y separarme unos cuantos metros. Vi como el fuego purificador comenzó a rodearle de pies a cabeza en un santiamén.

Al cabo de unos segundos el alma de Prometeo desapareció entre las llamas. El fuego purificador lo que hizo al mismo tiempo era teletransportar el alma de Prometeo hacia sus inicios como titán.

Mientras, en el anfiteatro, cayó una abundante lluvia que fue propicia para apagar las flamas de la túnica roja de Prometeo que yacía carbonizada en el suelo. Todos mis siervos y yo nos dispusimos a desaparecer de ese lugar para irnos a nuestro mundo de origen, el Hades; y volver día tras día al Purgatorio por si había más almas a las que enfrentarse para purificarlas o que deseaban aliarse conmigo.


Fuente: alegsa.com.ar

0 comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario. Gracias!!!