sábado

Nosotros los marginados

No supe valorar esa segunda oportunidad, desde pequeño no he sido más que basura, algo sin valor, que lo único que conocía era la miseria y delincuencia, sólo otro de esos cientos de personas que no hacían más que vagabundear sin provocarle ningún beneficio a la sociedad. Creí que no se podía llegar más bajo, pero al final puedo ver con toda claridad que estaba equivocado, pues sin lugar a dudas he llegado a humillarme más de lo que me creí capaz; siempre marginado, creí que se me habían abierto las puertas a una mejor vida, otra vez estaba equivocado, sin embargo que podía hacer alguien como yo: aparentemente
privado de cualquier grado de humanidad; al parecer perdí la poca que me quedaba, y aunque yo era el único consiente de eso me sentía peor que nunca, no obstante de que el pueblo jamás me creyó merecedor de valor alguno, ni antes ni después de esa decisión...

¡Pero qué es eso! Apenas va llegando el verdugo, fuera del tiempo acordado; si algo puedo afirmar es que llegar a tiempo era de las pocas cosas que me empeñaba en hacer y realmente cumplía.

Ahí está la gente reunida como de costumbre, se hace presente ya sea por morbo o por negocios, algo con lo que estoy muy familiarizado, hacer dinero vendiendo partes del cuerpo de los condenados es algo muy lucrativo; es mejor que las usen para hacer experimentos o para alejar la mala suerte a que se pudran en la plaza, aunque no son fácil de obtener, hay que conseguirlas del verdugo, algo muy sencillo para mí. El día era nublado, y ya empezaban las primeras lluvias de otoño, por lo que el verdugo debía de proceder rápidamente.

La plaza alborotada como siempre, con su quiosco situado en el centro, la iglesia del lado norte, en el sur algunas tabernas y posadas, el mercado en el este y la guillotina hacia el oeste; se encontraba más llena que nunca, hoy correrá la sangre por la guillotina, pero no es
sólo eso , hoy es un día especial.

¡Ya era hora!

El verdugo con su capucha negra se prepara a hacer su faena, uno pensaría que es un buen trabajo, pero todos saben que no, el verdugo, aunque con ciertos bienes económicos es visto de peor forma que el más harapiento, en la iglesia debe sentarse hasta atrás, para entrar a algún establecimiento debe pedir permiso al dueño, razón por la cual siempre trae su tarro de cerveza del que nadie compartiría ni una sola gota, y por si eso fuera poco su casa ni siquiera se encuentra dentro del pueblo, se ubica lejos en el bosque.

Es sobre quien recaen las protestas cuando alguien no merecía la muerte, pues el pueblo no piensa en que esas decisiones vienen de gente más poderosa y respetable.

Se podría creer que no hay nadie con mayor marginación que él, mas hay una, la del verdugo que cae en deshonra, el que se vuelve ladrón o asesino.

La gente está impaciente por que se haga justicia, las primeras gotas de lluvia empiezan a caer y ya se hace tarde, por lo que rápidamente todos se ubican en sus respectivas posiciones y empieza el espectáculo.

Mi mirada se cruza con la del verdugo, que difícil profesión, fácilmente se puede caer en una gran depresión y la opresión del pueblo no ayuda en nada, incluso empeora las cosas, ayuda a generar un gran odio a la sociedad, odio que será acabado por el suicidio o, al matar a alguien, por la guillotina. Puedo ver el sufrimiento en sus ojos, sufrimiento que comparto con él, mi sucesor, el que sin inmutarse ni un segundo acaba por fin con el odio que causó mi labor.

Y así nosotros los marginados hemos de llegar a nuestro final.

Fuente: alegsa.com.ar

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